¡Queda nada para la Semana de las Semanas! ¡Estamos en la recta final! Estamos en el 5to Domingo de Cuaresma.
Sinceramente, espero que, como me ocurre a mí, estemos ya cansados, vencidos por la incapacidad de nuestro propio esfuerzo. La Cuaresma es un instrumento que nos debe ayudar a descubrir quiénes somos, de qué estamos hechos, la muerte que hay en nuestro interior.
Con esto no quiero que penséis que aliento a un pasotismo espiritual. No debemos alegrarnos por los pecados. De lo que debemos alegrarnos es de que Dios se esté sirviendo de ellos para derribar esa creencia personal tan arraigada de: ‘yo puedo autosuperarme a mí mismo’. El Cristianismo es una BUENA NOTICIA que nos anuncia, no una nueva oportunidad para arreglarnos a nosotros, sino que nos ha comprado Uno que puede con todo y que nos ama profundamente.
Me consuela muchísimo que la Primera Lectura (Ez 37, 12-14) comience diciéndome:
‘alehém ko-‘amár ‘adonay YHVH
O lo que es lo mismo: «a vosotros, esto os dice el Señor Yahvé». ¿A quién se está dirigiendo? Si leemos un poco antes, vemos que Dios le ha dicho a Ezequiel que hable a unos huesos que hay tirados en un valle (esa parte la escucharemos durante la Vigilia de Pentecostés). Esos huesos representan a kol-bét yisra’él («toda la Casa de Israel»).
En la época de Ezequiel, Israel estaba en estado de ‘exilio’. Habían sido conquistados, lo habían perdido absolutamente todo, hasta sus ritos religiosos con los que pedir ayuda a su Dios. Vivían en medio de un pueblo pagano y sus prácticas y comportamientos ya les estaban pasando factura. Habían adoptado ya el arameo como idioma, renunciando al hebreo; también sus costumbres, sus formas de comerciar, de pensar, etc. Nos representa muy bien a ti y a mí, ¿no crees? Nos planteamos la vida igual que los paganos. Nuestra esperanza está puesta en las mismas cosas. Pensamos y razonamos igual que ellos… Y nos damos cuenta de que estamos vacíos y de que nada nos sirve ni nos ayuda a lograr ser mejores, salir de la situación de sufrimiento o incapacidad en la que nos encontramos.
¿Te sientes así llegando al final de la Cuaresma? ¿Estas descubriendo que, a pesar de ser cristiano, murmuras, enjuicias, envidias, chismorreas, ‘lujureas’, te crees que te mereces las cosas y que debes mejorarte a ti mismo por medio de tu pensamiento, tu filosofía de vida, tu esfuerzo personal… Y a pesar de ello, te dices a tí mismo, como Israel: yavshú ‘atzmoténu ve’avdá tiqvaténu nigzárnu lánu («fracasados están nuestros huesos y destruida nuestra esperanza, hemos sido seccionados por nuestras partes»)?
¡Genial! Porque entonces la siguiente palabra también es para ti:
‘aní fotéaj ‘et-qivrotéjem veha’aléti ‘etkém miqqivrotejém ‘ammí
¡Escúchalo bien! ¡Repasa la frase varias veces! (ah, claro, perdón, te la escribo en castellano)… Pero, ¡pon tu esperanza en ella!
Dice así: «Yo abriré vuestros sepulcros y haré que os levantéis desde vuestros sepulcros, ¡pueblo mío!». ¿No es increíble? En medio del absurdo existencial en que, como Israel, vivimos tú y yo, Dios aparece y pronuncia una promesa: ‘¡Yo abriré tu sepulcro… Yo haré que te levantes desde él!’ No se a ti, pero a mí sólo esto ya me ha alegrado el día.
¿Para qué hace Dios esto? Vehevetí ‘etjém ‘el-‘adamát yisra’él («y Yo os haré llegar a la Tierra de Israel»). Dios prometió a Israel una tierra en la que la leche y la miel manaban solas, una tierra en la que las casas ya estaban construidas, los árboles ya estaban plantados, era la la Tierra del Descanso. En ella, Israel no tenía que hacer nada para sí mismo (ya lo había hecho Dios por él), únicamente disfrutar y vivir de Dios y en Dios. Esta ‘Tierra Prometida’ es el Cielo, pero no el de ‘cuando te mueras’, sino el ‘Cielo en la Tierra’, como diría Santa Isabel de la Trinidad (hay unos ejercicios escritos por ella para su hermana que os recomiendo leer y realizar, ¡comenzaréis a disfrutar del resto de la vida!).
Dice Ezequiel: vida’tém ki-‘aní YHVH («conoceréis que Yo soy Yahvé»). Este verbo, yadá («conocer»), no expresa un acto intelectual, sino la unión sexual entre un hombre y una mujer (Gn 4, 1: veha’adám yadá ‘et javvá ‘ishtó, «y Adán conoció a Eva, su mujer»). A mí no me gusta mucho la traducción porque el verbo quiere expresar más bien que, cuando Dios obre esto en mi vida, su ‘ser Yahvé’ estará ‘dentro de mí’, fecundándome, para hacer que tenga un hijo, es decir, para que pueda dar frutos de Vida Eterna.
Ya sabemos qué es lo que Dios va a hacer y para qué lo va a hacer… nos falta el ¿cómo?
venatattí rují bajém vijyitém vehinnajtí ‘etjém ‘al-‘admatjém
Aunque la traducción dice «pondré mi espíritu en vosotros», el verbo hebreo natán significa ‘dar’, por lo que este ‘poner’ de Dios debe entenderse como que al ponerlo, nos lo da, nos lo entrega, no que lo coloca como un adorno. ¿Cómo promete Dios que nos entregará su Espíritu? «Y recostando la cabeza, entregó el Espíritu», dirá Juan (19, 30).
¿Para qué hace Dios semejante cosa? Viyadtém ki-aní YHVH dibbartí ve’asíti («y conoceréis que Yo, Yahvé, lo prometo y lo realizo»). Acaba la lectura igual que empezó («Yo abriré vuestros sepulcros… Yo os sacaré de vuestros sepulcros… yo lo digo… yo lo hago»), declarando que es Él quien va a hacer las cosas, no quien va a decirnos qué tenemos que hacer. A mí me sorprende muchísimo ver cómo el Señor ha esperado hasta el fin de la Cuaresma, hasta que lograr que nos demos por vencidos, para recordarnos que es Él quien nos quiere resucitar, es Él quien nos va a dar Su Espíritu, es Él quien nos vivificará, es Él quien lo promete y es Él quien lo va a hacer.
¿Te das cuenta de la importancia de esto? Pasamos por el Cristianismo creyendo que somos nosotros quienes tenemos que resucitar, quienes tenemos que alcanzar Su Espíritu, quienes tenemos que coseguir aquello que Él nos promete… y Dios ¡nos está diciendo todo lo contrario! ¡Constantemente! Perdemos tanto el tiempo en hacer cosas ‘para ayudarle’, que nos olvidamos de ‘dejarle hacerlas’, nos olvidamos que se nos ha llamado a ¡descansar en Su Promesa! Creyendo, simplemente, contra toda esperanza que, si Él lo ha dicho, ¡Él lo hará! Y no tirar la toalla, ni para volver al autoesfuerzo ni para quedarnos atrás derrotados.
Esto mismo, que anuncia la Primera Lectura, lo dibuja el Evangelio (Jn 11, 1-45) en la escena que nos presenta:
Lázaro está enfermo. Avisan a Jesús de ello, pero Él no hace nada. Ya había curado antes a otros de otras enfermedades, ¿por qué no hace nada? Porque está esperando que Lázaro sea vencido por sus intentos de curarse a sí mismo. Está esperando que Lázaro se encuentre en la misma situación que Israel… derrotado, incapaz de hacer nada por sí mismo: muerto.
Jesús quiere manifestar que mi relación con Él no debe basarse en tratar de ‘conseguir ganarme su atención para lograr que me dé lo que le pido’, ¡Él ya quiere dármelo! Por eso, Jesús espera hasta que ya nadie pide nada. Una vez muerto ya no puede hacer nada por sí mismo. Ni siquiera sus hermanas ni los que estaban con ellas, ¿qué iban a hacer? Ya de nada sirve… la derrota ha llegado, no ha podido superar por sí mismo la enfermedad, ni ha podido ayudarle nadie con sus artes o sus consejos. Todo está perdido. Si Lázaro pudiera hablar diría lo mismo que Israel: ‘fracasados están mis huesos y destruida mi esperanza, he sido seccionado por mis partes‘.
Es entonces, cuando todo esfuerzo por automejorarse está perdido, cuando aparece Jesús.
El diálogo con Marta es increíble. Ella, una verdadera piadosa, sigue creyendo que, si Jesús hubiera llegado antes, habría salvado a su hermano. Sin embargo, su piedad ha dado un un paso que antes no podía dar: «sé que todo lo que tú pidas al Padre, Él te lo concederá».
Ya no se trata de ‘ganarse a Jesús’, de ‘decirle lo que tiene que hacer’, ha dado el paso que Jesús estaba esperando: ‘dejar a Jesús hacer lo que Él quiera hacer’. Entonces, conduce a Marta a la Promesa divina: «Tu hermano resucitará»; y ella responde como lo habríamos hecho cualquiera de nosotros, con su religiosidad: ‘sí, creo que lo hará… al final, cuando llegue la resurrección’. Pero Jesús no es de muchos ‘más allás’, y la ayuda a dar otro pasito: «Yo soy la Resurrección», ‘¡Yo soy la Promesa cumplida del Padre, no hay que esperar al fin del mundo!’. El Cielo no es para cuando nos muramos, ¡el Cielo es para ahora, en este mismo instante! ¿Crees esto? ¿Crees que puedes vivir el Cielo aquí en la Tierra?
Estas preguntas que le hace a Marta, nos las hace hoy a cada uno de nosotros. Jesús nos pregunta para que hoy le respondamos, no para que lo hagamos mañana: ‘A ti te digo, ¿crees que ahora mismo te puedo resucitar de tu muerte? ¿Crees que ahora mismo puedo romper tu sepulcro y levantarte de él? ¿Que puedo hacerte perdonar a tu marido o a tal persona ahora mismo? ¿Crees que puedo sacarte de la tentación en este mismo instante? ¿Confías en que soy yo quien lo promete y soy yo quien lo hace? ¿O sigues pensando que debes ser tú quien se ayude a sí mismo, quien se resucite a sí mismo, siguiendo algún tipo de instrucciones secretas o rituales extraños?’
Estas preguntas se pueden resumir en: ‘¿Te has dado por vencido ya? ¿Te rindes ante mi poder o quieres seguir intentándolo tú? Si te rindes ante mí, ahora mismo te resucito, te alzo de la muerte en la que estás metido y te hago entrar en el Cielo, en la Vida Eterna, ya aquí en la Tierra’.
«Los que viven en la carne no pueden agradar a Dios», afirma San Pablo en la Segunda Lectura (Rm 8, 8-11). Claro que, oímos ‘carne’ y pensamos en vicios y cosas pecaminosas. ¡San Pablo usa el concepto carne para referirse a las obras de la voluntad humana! Se podría traducir por ‘los que viven creyendo que son ellos, por sus obras, quienes deben salvarse a sí mismos no pueden agradar a Dios’. ¿Cómo podría hacerlo? ¡Si más bien es un insulto a Su Gratuidad!
Hoy la palabra me invita y te invita:
Vive en el Espíritu, en la gratuidad, en la Promesa de Dios, así… aunque caigas en el pecado, aunque tu cuerpo esté muerto por el pecado, vivirás de la justificación obtenida por Jesús, no por tus obras. Es Jesús quien nos ha hecho justos ante Dios Padre, gratuita e incondicionalmente. ¡Sólo quienes viven de la gratuidad pueden agradar a Dios! Pues son los únicos que intentarán pagarle con menudencias, sino con su agradecimiento, aferrados a Su Promesa de Salvación. Ese es el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Aquel que sabe que todo proviene de Su Padre y que, viva lo que viva, pase lo que pase, Su Padre no le abandonará jamás, porque no está junto a Él por méritos propios y personales, sino porque es Su Padre y le quiere sin más.
Termino haciendo mía, e invitándote a hacer tuya, la profesión de fe del Salmo Responsorial:
Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes temor. Mi ser espera en Yahvé, en su promesa; mi ser aguarda a Yahvé más que el centinela la aurora. Aguarde Israel a Yahvé, como el centinela la aurora. Porque es del Señor de quien procede la misericordia, la redención abundante; y es Él quien redimirá a Israel de todos sus delitos.
¡Ánimo! ¡Recta final!